Con los años se nos cae el pelo, nos salen arrugas, engordamos, adelgazamos pero siempre mantenemos un color inalterable que nos hace únicos. Ese color es nuestra esencia. Se puede madurar, se puede crecer, se puede aprender pero siempre está ese algo de nosotros mismos que se mantiene fiel, inalterable. Es como comer tu plato preferido, o escuchar esa canción que te gustó siempre que para vos nunca pasó de moda, o como reencontrarte con tus amigos de toda la vida. Es reencontrarte con vos, es volver a casa. Una canción, una palabra, un amigo, una mirada, un punto de encuentro es volver a casa. La felicidad es el hábito de las cosas buenas, es volver una y otra vez a lo que nos hace bien. Volver a casa. Un gesto que se repite, una mueca de complicidad, un traspié que nos recuerda quienes somos, donde estamos, para que viajemos. Símbolos de la vuelta a casa. El hombro de ese amigo que te sostiene no va a cambiar aunque él cambie y vos cambies. Vayas a donde vayas ese amigo va con vos. Es como el sonido de tu risa, cuando es verdadera, cuando te sale de la panza, no cambia nunca. El tono de tu voz, pero ese tono que te aparece solo cuando hablas con alguien que amas no cambia nunca. Ese rasgo que te hace único no cambia. Tu manera de llorar no cambia. Y lo que necesitas para sentirte mejor tampoco cambia. Todo eso que sos, que trajiste con vos y que te llevarás con vos no cambia. Eso que llevas con vos vayas a donde vayas es lo que te hace sentir en casa. Por más lejos que vayas, por más que te extravíes, siempre llega la hora de volver a casa.

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